En un país donde las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de muerte, hablar de prevención es indispensable. Entre las herramientas más efectivas para cuidar la salud, los ácidos grasos Omega 3 ocupan un lugar central. Se trata de grasas poliinsaturadas que el cuerpo no puede producir por sí mismo, por lo que deben obtenerse a través de la alimentación. Sus beneficios abarcan desde la protección del corazón hasta el fortalecimiento de la función cerebral y la reducción de procesos inflamatorios.
Los Omega 3, en especial el EPA (ácido eicosapentaenoico) y el DHA (ácido docosahexaenoico), ayudan a regular la presión arterial, disminuyen los triglicéridos y mejoran la elasticidad de los vasos sanguíneos. No es casual que la American Heart Association recomiende consumir al menos dos porciones semanales de pescado graso para mantener el corazón en óptimo estado. La evidencia científica respalda esta recomendación: un metaanálisis publicado en JAMA Cardiology en 2021, con más de 135,000 participantes, encontró que quienes mantenían niveles adecuados de Omega 3 tenían menor riesgo de infartos y muertes súbitas de origen cardíaco.
Aunque los suplementos de aceite de pescado se han popularizado, la mejor forma de obtener Omega 3 sigue siendo a través de los alimentos. Pescados grasos como sardina, jurel, caballa o trucha salmonada son fuentes naturales ricas en este nutriente. Para quienes siguen una dieta vegetariana, las semillas de linaza, chía y cáñamo, así como las nueces y algunos aceites vegetales, representan excelentes alternativas. Una porción de 100 gramos de sardina aporta alrededor de 1.5 g de Omega 3, mientras que una sola cucharada de semillas de chía contiene 2 g de ALA (ácido alfa-linolénico), otra forma de este ácido graso esencial.
Sin embargo, un aspecto clave es el equilibrio. El consumo excesivo de Omega 6 —común en aceites refinados y ultraprocesados— puede desbalancear la proporción de grasas en el organismo, disminuyendo los beneficios del Omega 3. Por ello, se recomienda privilegiar fuentes naturales y frescas.
El contexto mexicano presenta un reto adicional. Según la FAO, el consumo de pescado en México es de apenas 13 kg por persona al año, muy por debajo del promedio mundial de más de 20 kg. Esta diferencia limita la ingesta de Omega 3 y obliga a muchos a depender de suplementos en lugar de aprovechar alimentos frescos. Aumentar el consumo de productos locales, como la sardina mexicana —asequible y abundante—, podría mejorar de manera significativa la salud pública y reducir los costos asociados a enfermedades crónicas.
El Omega 3 no es una moda pasajera ni un lujo nutricional. Es un nutriente esencial que ofrece una poderosa defensa contra enfermedades cardiovasculares y un aliado para la salud cerebral. Incorporarlo de manera equilibrada a la dieta diaria, ya sea a través de pescado, semillas o frutos secos, es una inversión en calidad de vida y longevidad. Al final, la prevención puede empezar con un gesto tan simple como lo que elegimos poner en nuestro plato.
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