Tlaloc, del jaguar olmeca al dios mexica: la evolución de una deidad

Por Bruno Cortés

La figura de Tlaloc, el venerado dios mexica de la lluvia, los rayos y la fertilidad, podría tener un linaje mucho más antiguo y complejo de lo que comúnmente se enseña en los libros de historia. De acuerdo con investigaciones del antropólogo y artista Miguel Covarrubias, el origen de Tlaloc se remonta a los albores de la civilización mesoamericana, particularmente a los mitos olmecas del sureste mexicano.

En su obra Indian Art of Mexico and Central America, Covarrubias sugiere que Tlaloc no nació como tal en el mundo mexica, sino que es el resultado de un proceso cultural largo y simbiótico que inició con el culto al dios jaguar, una figura poderosa que representaba las fuerzas del agua, el inframundo y la fertilidad entre los olmecas. Este dios jaguar, representado en estelas y esculturas en sitios arqueológicos de Tabasco como La Venta y San Lorenzo, encarnaba el vínculo sagrado entre el hombre, la selva y los ojos de agua.

Según Covarrubias, el dios jaguar habitaba cuevas y manantiales, sitios considerados portales al mundo espiritual. La mitología sugiere que esta deidad nació de la unión entre una mujer y el jaguar, y representaba no sólo la fuerza brutal de la naturaleza, sino también la fecundidad y el renacimiento cíclico. Era una deidad sin nombre fijo, pero con atributos que luego migrarían culturalmente por distintas regiones.

Con el paso de los siglos y el desplazamiento de las culturas mesoamericanas, este dios primigenio fue adquiriendo nuevos nombres y formas. Entre los zapotecos del valle de Oaxaca se le conoció como Cocijo, igualmente asociado a la lluvia y a los truenos, con rasgos estilizados que recuerdan al jaguar. Más adelante, en la costa del Golfo, los totonacas rendirían culto a una figura similar: Tajín, el “señor del rayo”, visible en las múltiples representaciones del sitio arqueológico El Tajín.

Ya en la etapa teotihuacana, el culto al agua y a la fertilidad se consolidó con una figura más reconocible para el mundo mexica: Tlaloc, quien sería heredado siglos más tarde por los mexicas como uno de sus dioses más importantes. Las máscaras, los templos y las ofrendas halladas en Teotihuacán y posteriormente en Tenochtitlán, evidencian una continuidad simbólica que enlaza al dios jaguar olmeca con el Tlaloc mexica, pasando por múltiples metamorfosis visuales y teológicas.

Tlaloc no sólo era venerado por su capacidad para otorgar lluvias, sino también temido por su relación con enfermedades, tormentas y sacrificios humanos. Su templo en el Templo Mayor de la Gran Tenochtitlán, junto al de Huitzilopochtli, evidenciaba su centralidad en la cosmovisión nahua. Pero bajo la máscara de sus ojos redondos y colmillos, se oculta un linaje mucho más antiguo que nos remonta al corazón de la selva olmeca.

Las investigaciones de Covarrubias, complementadas por estudios recientes en iconografía prehispánica y antropología simbólica, abren la posibilidad de entender a Tlaloc no como una invención mexica, sino como la culminación de un arquetipo ancestral: el dios felino-aguado que acompañó el surgimiento de la civilización mesoamericana.

En este sentido, el Tlaloc que aparece en códices, esculturas y murales puede leerse como una de las últimas máscaras de un dios que ha acompañado a los pueblos originarios de México desde el inicio de los tiempos. Su metamorfosis, lejos de ser lineal, revela un profundo sincretismo religioso que aún hoy nos invita a redescubrir nuestras raíces más antiguas.

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