El nopal toma el centro de la ciudad: un festín verde con sabor a justicia histórica

Texto y fotos por Bruno Cortés

Ciudad de México. En tiempos donde los megaproyectos urbanos parecen devorar cada palmo de tierra cultivable y donde las apps de entrega prometen nopal en 20 minutos pero al triple de su precio original, la explanada del Monumento a la Revolución se transformó este viernes en un oasis verde. Ahí, la jefa de Gobierno, Clara Brugada, no solo inauguró la Feria del Nopal, sino que dio un giro simbólico (y necesario) al relato de la ciudad: declarar como Patrimonio Biocultural las terrazas agrícolas de Milpa Alta, Tláhuac, Xochimilco e Iztapalapa.

En un acto cargado de imágenes poderosas —artistas decorando nopales como lienzos vivos, tlacualeras orgullosas, productores que trajeron la tierra en sus manos— Brugada sentenció: “Aquí resiste la sabiduría milenaria, aquí resiste el patrimonio alimentario de la Ciudad de México.” Y sí, resistir es el verbo preciso en un país donde el campo sigue siendo moneda de cambio entre discursos y presupuestos.

Bajo el sol capitalino y flanqueada por funcionarios de medio ambiente, turismo, cultura y desarrollo económico —acompañados de productores que sí saben qué es quitarle una espina a mano—, Brugada anunció también que la feria será un evento trimestral. “Trasladar los saberes milenarios al centro de la ciudad es un mensaje para decirles a los productores que no están solos,” subrayó. Un guiño a los 5 mil agricultores de Milpa Alta que sostienen, con callos y dignidad, un cultivo que es medicina, alimento, símbolo patrio y fuente de soberanía.

El evento, además de la declaratoria, puso sobre la mesa un tema espinoso: la injusta cadena de comercialización. Brugada compartió la anécdota brutalmente reveladora: mientras una caja de 200 nopales se paga a los productores en apenas 30 pesos, en los anaqueles urbanos ese mismo dinero compra apenas 10 piezas. “No puede ser, aquí en pleno siglo XXI,” sentenció. Y con esa frase, lanzó un compromiso: destinar recursos para modernizar el proceso productivo y apoyar la venta directa.

El alcalde de Milpa Alta, Octavio Rivero, no se quedó atrás en el tono combativo. “Somos extranjeros en nuestra propia tierra,” citó un productor. Rivero subrayó que el campo es una barrera verde frente a la expansión urbana y un motor de sustentabilidad para la capital. Recordó también que el nopal representa el 60% del valor agrícola de la ciudad y que Milpa Alta es el principal bastión productivo, con más de 250 mil toneladas cosechadas en 2024.

Pero la feria fue más que cifras: fue identidad. Entre cajas de mermeladas, harinas, tortillas y escabeches de nopal, las productoras demostraron que la creatividad campesina no solo está viva, sino lista para conquistar mercados. La muestra fue tan visual como emotiva: desde las águilas recreadas por el Colegio Militar hasta las mujeres de falda larga —las Tlacualeras— que simbolizan la fuerza femenina en el campo.

El mensaje de fondo no se perdió en los discursos. Al declarar las terrazas agrícolas como Patrimonio Biocultural, el gobierno capitalino no solo rinde homenaje a un sistema agroecológico ancestral, sino que planta una semilla política: reconocer que lo rural no es un anexo folclórico, sino una pieza central para el futuro de la ciudad. “El futuro se siembra desde la tierra,” proclamó Brugada.

En tiempos de globalización feroz, donde los algoritmos nos dicen qué comer y cuándo, la Feria del Nopal nos recordó que, a veces, basta un alimento sencillo para reconectar con nuestras raíces. Y sí, como corearon al unísono al cerrar el evento: ¡Que viva el nopal! ¡Que viva Milpa Alta! ¡Que viva la zona rural que aún vive en la Ciudad de México!

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